AMORES DE ISABEL I DE INGLATERRA
RESUMEN DE SU VIDA BIOGRAFÍA
Isabel I de Inglaterra
Soberana de Inglaterra en una época de graves enfrentamientos y luchas por el poder, Isabel I condujo con mano férrea el proceso que hizo de su país la primera potencia de Europa.
La aspereza de las lides políticas hizo terminar trágicamente varios de sus amores deparándole una muerte solitaria, sin descendencia: su
esposo, como se decía, era el reino
británico.
“Soy la mujer más inglesa del
reino”, solía decir con una convicción que refirmaba su dureza de carácter.
En
efecto, fría, decidida, de presencia imponente,
Isabel I de Inglaterra no se caracterizaba precisamente por sus dudas o
vacilaciones sino por poseer un espíritu práctico y un criterio que le permitió manejar hábilmente los hilos de la política británica durante más de cuarenta años y neutralizar sucesivas conspiraciones
aplicando una pesada mano para castigar a los culpables.
Era
hija de Ana Bolena y del rey Enrique VIII, quien para casarse con la madre de
Isabel tuvo que separarse de Catalina de Aragón y fundar la Iglesia Anglicana, lo cual
no solo le permitió
legitimar su separación
-vedada por el catolicismo- sino liberarse de la tutela papal.
Isabel
nació en Londres el 7 de septiembre de 1533 y,
tres años después, su progenitura, acusada de infidelidad,
halló la muerte bajo el hacha del verdugo iniciándose así una vida azarosa para Isabel, de quien se
decía que era hija ilegítima.
Ello no
obstó, sin embargo, para que se la educara con
gran esmero, dándole
así oportunidad de cultivar su brillante
inteligencia.
Aprende
a la perfección el griego, el latín y varias lenguas modernas y durante su
adolescencia deslumbra a sus maestros por su erudición.
En 1547
muere su padre y le sucede Eduardo VI, hijo de Enrique VIII y Juana Seymour.
Debido
a la corta edad del príncipe,
el gobierno es ejercido por un consejo dominado por Eduardo Seymour, tío del joven rey.
Seymour
tiene muchos enemigos políticos,
pero el principal de ellos es su hermano Henry, quien después de cortejar a Catalina Parr, última esposa de Enrique VIII, se casó con ella, acercándose así a la corona.
Catalina,
que sentía profundo cariño por Isabel, la invita a vivir con ellos
y esta acepta complacida, iniciándose
de ese modo una armoniosa convivencia que se trunca cuando Henry e Isabel
entablan relaciones amorosas.
Era ese
su primer romance y el origen de su primer escarceo en la arena política.
En
efecto, cuando Eduardo Seymour descubrió una conspiración contra él y Eduardo VI urdida por Henry, Isabel
tuvo que responder a interrogatorios que no dieron resultado.
Henry,
de todos modos, fue condenado a morir en el cadalso.
Cuando
muere Eduardo VI -en 1553- sube al trono María Tudor, hija de Enrique VIII y Catalina
de Aragón y, por lo tanto, media hermana de
Isabel.
Desde
el primer momento María se
preocupa por restablecer el catolicismo en sus dominios e Isabel sabe manejarse
con suma prudencia para no despertar la susceptibilidad de la reina, quien la
observa con desconfianza ya que el partido protestante se agrupa en torno de
Isabel.
Posteriormente,
el casamiento de María con
el monarca español
Felipe II despierta enconada antipatía contra la reina.
En 1554
el Papa absuelve a Inglaterra por haber pasado un período bajo el protestantismo, pero esa
absolución no es bien recibida por el país.
Las
conspiraciones contra la soberana se multiplican y todas tienen como objetivo
poner en el trono a Isabel, que para salvar su vida concurre siempre a misa y
se muestra católica.
Enferma, vencida, sin hijos, tiempo después la reina se allana a nombrar a Isabel como heredera del cetro, que pasa a sus manos el 15 de enero de 1559, poco tiempo después de la muerte de María Tudor.
Toda
Europa espera ahora que la flamante soberana elija marido y tenga descendencia.
Las
dinastías reinantes se disputan la mano de la
nueva reina.
El
propio Felipe II, al enviudar de María Tudor, pretende desposar a su sucesora
esperando alcanzar así la
hegemonía europea.
Por
otra parte, ese enlace sería un
obstáculo insalvable para María Estuardo que desde París se proclama legítima heredera del trono inglés, y el marido de esta, Francisco II de
Francia, defiende los derechos de su mujer.
Ello
agudiza la rivalidad entre Francia y España, cuyo rey, a pesar de su catolicismo, se
ve obligado a apoyar a la protestante Isabel, que dilata su decisión utilizando su soltería y la codicia de sus adversarios como
eficaces armas diplomáticas.
Poco
después de ser coronada, la reina comienza a
mostrar su verdadera personalidad.
Le
encanta brillar y ser adulada. La modestia con que se vestía durante el reinado de su media hermana
María es cosa del pasado.
Las
perlas y las esmeraldas adornan su cabello, las joyas recubren su cuello. Los
retratos la muestran recubierta de gemas y telas recamadas, como una especie de
ídolo oriental.
Sin
embargo, esa afición por
la apariencia física no
se contradice con su habilidad política: bien pronto puso de manifiesto su
capacidad para mandar y gobernar.
Se rodeó de un pequeño número de asesores, pero seleccionados con
tanto cuidado que no le fue necesario cambiarlos sino en raras ocasiones.
Impidió hábilmente que los masculinos sentimientos
de superioridad de sus consejeros menguaran su poder de decisión, y aunque toleraba la rivalidad entre
ellos -derivada a veces del carácter de
favorito suyo que adquiría algún asesor- nunca permitió que uno prevaleciera notoriamente sobre
los demás.
Prefería consultarlos individualmente más que en conjunto, y como sus intenciones
siempre eran difíciles
de adivinar, más de
una vez sorprendió a su
gabinete tomando decisiones por cuenta propia.
Su
talento y sagacidad convirtieron a Inglaterra en la primera potencia de la época, y le permitieron, además, triunfar en toda la línea sobre los enemigos internos.
En ese
aspecto, uno de los pleitos que mayor atención le demandó fueron las conjuras que tuvieron como
protagonista central a María
Estuardo, particularmente desde que esta asumió la corona de Escocia a raíz de la muerte de su madre, María de Guisa.
Desde
ese puesto María
conspira permanentemente y se convierte en la más peligrosa rival de Isabel.
La
suerte, empero, no la ayuda, y a raíz de una rebelión de los nobles escoceses debe huir a
Inglaterra, donde Isabel la mantiene prácticamente enclaustrada en un castillo.
El
enfrentamiento se dilucida definitivamente cuando María complota junto con Lord Babington para
asesinar a Isabel, lo que la lleva al cadalso el 8 de febrero de 1587.
Después de la muerte de María, Felipe II, abanderado del catolicismo,
declara la guerra a la impía
Isabel, quien no solo profesa el anglicanismo sino que desarrolla una política que choca frontalmente con los
intereses españoles.
En 1588
estos alistan la famosa Armada Invencible y se lanzan hacia Inglaterra, pero
los malos vientos y la habilidad de los capitanes ingleses deshacen la flota
española. Inglaterra se transforma entonces en
la dueña de los mares.
La
gloria militar coincide con la entrada en escena del último gran amor de Isabel: el conde de
Essex, un joven de veinte años,
bien parecido, audaz, inteligente, pero sumamente orgulloso.
La
reina lo encumbra y él se
muestra digno del favor real: triunfa en el mar, toma barcos enemigos, se
apodera de tesoros, obtiene honores, títulos, dinero.
Durante
varios años su estrella sigue en ascenso, hasta que
se produce una rebelión en
Irlanda y Essex reclama la honra de sofocarla.
Inicia
la campaña, pero en su transcurso desoye una serie
de advertencias y comete toda clase de imprudencias.
La
reina comienza a impacientarse, y como su favorito la desobedece y desafía, Isabel le retira su favor.
Es más de lo que Essex puede soportar:
inmediatamente empieza a conspirar contra ella, y aunque Isabel se resiste a
eliminarlo, debe aceptar que se lo juzgue y se lo condene a muerte.
El
primer amor —Henry Seymour— y la última pasión de la reina murieron así por las mismas razones: víctimas de la ambición por obtener la corona inglesa.
En los últimos años de su vida el recuerdo de Essex acosa a
Isabel continuamente.
Todos
quienes la quisieron o pretendieron su mano han muerto. Ella no tiene hijos.
Sus ministros insisten para que nombre a un sucesor.
Solo
hay uno inobjetable: Jacobo, rey de Escocia e hijo de la ejecutada María Estuardo. Él será elegido.
Poco
antes de morir Isabel, hubo que aserrarle su anillo de coronación porque como en sus cuarenta y cuatro años de reinado nunca se lo quitó, había terminado por encarnarse.
Muchos
lo llamaban el anillo de casamiento de Isabel, y en cierto modo era verdad: la
reina virgen, como la llamaban, solo se había desposado con su reino. Murió el 24 de marzo de 1603.
Fuente
Consultada: Vida y Pasión de
Grandes Mujeres – Las
Reinas – Elsa Felder