ANA TERESA YARCE
LA ABNEGADA FONTANERA
DE LAS INDEPENDENCIAS
Este texto se
escribió en el año 2013, en homenaje a las lideresas de la Asociación de
Mujeres de las Independencias (AMI) y en particular a Ana Teresa Yarce.
Hoy lo
reproducimos nuevamente a raíz del reciente fallo que profirió la Corte
Interamericana de Derechos Humanos contra el Estado colombiano por su
negligencia y responsabilidad en la violación de los derechos fundamentales, y
en el asesinato de Ana Teresa. Este histórico fallo demuestra la falta de
responsabilidad y compromiso del Estado y sus instituciones, en la protección
de la vida de sus ciudadanos y ciudadanas, como lo establece por mandato
constitucional y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuyo
artículo 3 dice: Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la
seguridad de su persona.
Desafortunadamente
no ha perdido vigencia, en plena implementación de unos acuerdos que nos deben
llevar a la construcción de paz estable y duradera, porque siguen asesinando
líderes y lideresas en distintas regiones del país. Esa es la principal amenaza
a los acuerdos, el crimen político contra la oposición.
Ana Teresa
Yarce era lideresa comunitaria, cabeza de familia de cinco hijos y a parte de
ello desempeñaba otras labores como fiscal de la Junta de Acción Comunal (JAC)
y fontanera de la red de “acueductos” del barrio las Independencias, en
Medellín.
Su trabajo de
fontanera lo desempeñaba con disciplina y responsabilidad, cuentan sus
compañeras de la JAC y las amigas que sobrevivieron a la toma de la Comuna 13
entre las fuerzas del Estado y el paramilitarismo, que costó decenas de vidas y
desaparecidos y por la cual acaba de ser condenado el Estado colombiano tras el
fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), por las
detenciones ilegales y la falta de protección de cinco defensoras de derechos
humanos, durante el desarrollo de la Operación Orión, en el año 2002.
Por aquellos
años no existía red de acueductos y alcantarillados en toda la ciudad, ya que
los barrios de invasión, como designaba la oficina de orden público de la
alcaldía los asentamientos humanos que brotaban dispersos como hongos grises
sobre el fondo verde de sus encumbradas montañas, apenas constituían una parte
frágil y en construcción de una ciudad que fue creciendo desordenadamente hacia
sus laderas.
En su labor
como fontanera se encargaba de la instalación, mantenimiento y reparación del
“acueducto” del barrio las Independencias, que obtenía el preciado líquido a
través de una complicada red de tuberías y mangueras, para el suministro de
agua potable y para la evacuación de las aguas residuales.
Sus amigas
más cercanas en las luchas de aquellos años la recuerdan desde que fue nombrada
fiscal de la JAC: “En algún momento apareció Teresa. Ahí empecé a
distinguirla”, cuenta quien fuera presidenta de la JAC, Manuela Núñez, “porque
ella ya estaba en el barrio. Realmente fue como en el 98 pero ella ya llevaba
como 7 u 8 años de vivir en el barrio, vivía un poco retirada del sector mío,
pero igualmente en el sector de Independencias III. Ella vivía con los hijos.”
Ana Teresa
“en su trabajo de fontanera era la que iba a abrir la llave para que le llegara
el agua al sector III. Aquí el agua funciona desde unos tanques que hay para
arriba, entonces se cerraba la llave para poder controlarla, entonces se hacía
racionamiento; ella iba abría un rato la llave, después lavaban el tanque y
así…”
Hasta se la
puede imaginar con su típica vestimenta de fontanera, botas de plástico,
sudadera o pantalón corto recorriendo los callejones del barrio polvorientos,
por el verano, o pantanosos, por las lluvias.
”En ese
momento en nuestros barrios se había manejado la fontanería, entonces ella
empezó a ser fontanera. Inmediatamente entró a la Junta cogió ese cargo además
del de fiscal. Recorría todo ese barrio arreglando esas aguas, aprendió
demasiado rápido porque uno de mis hijos, afirma Manuela Nuñez, era fontanero,
entonces andaba con él, y le enseñó todo eso y se volvió toda una experta en
arreglar esas tuberías. Se encargaba de conectar las aguas para las casas, si
los tubos se reventaban entonces los pegaba, si tenían que hacer una conexión
para entrar a una casa el agua, la hacía. Se volvió diestra para eso, tiraba
tuberías de 12 o 18 metros para entrar a una casa o repartirle a 5 o 6 casas.
Le decían: Teresa la fontanera.”
La vida de
Ana Teresa, como la de tantas lideresas sociales y comunitarias, implicaba
sacrificios y riesgos personales enormes. Expuestas a la presión y la angustia
por vivir en barrios donde las condiciones de vida eran bastante precarias.
Trabajar y defender los intereses de las comunidades en medio del largo
enfrentamiento armado que ha padecido Colombia, además del terror generado por
el narcotráfico durante aquellos años, 80s y 90s, implicaba un compromiso
humano y político gigantesco.
Por aquella
época las comunas vivían un intenso enfrentamiento armado entre milicias
populares de izquierda y grupos paramilitares de extrema derecha, apoyados por
las fuerzas armadas del Estado. Realmente el mismo dilema histórico, el
conflicto armado que también han padecido las comunidades en el campo, lo
padecieron los habitantes de las comunas; la ciudadanía invisibilizada y
socialmente excluida soportaba el peso y la tragedia humana del conflicto como
la criminalización, la cárcel, la persecución, el desplazamiento, la violación
y la muerte.
Esa vida
abnegada y entregada al trabajo, implicaba que tuviera que estar yendo a dar
vuelta al tanque de agua principal, lo que la exponía ante quienes la tenían en
la mira para asesinarla.
”El tanque
(de agua) era un tanque surtidor. Pero en la parte alta de Belencito
Corazón hay unos tanques grandes que suministran agua para la ciudad. Entonces
se hizo una solicitud a E.P.M (Empresas Públicas de Medellín) para tirar esa
tubería de allá de esos tanques a estos barrios, con unos contadores comunales
para todo el barrio. En las cuentas de servicios se pagaba el agua que entraba
(a las casas). Cada casa le pagaba al fontanero el mantenimiento, esa es otra
labor de ellos, ir por las casas y cobrar cada mes un mantenimiento. El cobro
era de $1.000. Y de eso se sostenía económicamente.”
Debido a sus
compromisos con la comunidad y sus necesidades, las lideresas de la Asociación
de Mujeres de las Independencias (AMI) se habían convertido en objetivo militar
de los grupos paramilitares que empezaron a ejercer control territorial y
social en las comunas donde se impusieron.
“En algún
momento, cuando nos querían asesinar, reventaban los tubos, entonces ella me
llamaba a mí, cuenta Manuela, y yo le decía: pues que se reviente ese tubo, son
las 3:00 a.m. y vos no vas a ir porque lo reventaron de gusto. Pero cuando iba,
igual pedía que la acompañaran porque era a unas partes estratégicas, pero
llegó un momento en que ella no asistía sino que madrugaba a mirar, ya con la
luz del día, qué había pasado, porque muchas veces los reventaban para que
subiera y así poder asesinarla.”
Así la
describe una de sus compañeras de aquellos años: “Me acuerdo mucho de Teresa
cuando hacíamos los partidos (de fútbol), los campeonatos con los muchachos,
los jóvenes.” Era una mujer callada, ensimismada, afirma Lina María. “Metida en
sus problemas, porque además era una mujer sola, no tenia esposo y eso le daba
otra condición. La crianza de los hijos es muy diferente de una mujer sola a
una mujer con esposo porque ella es la que tiene que luchar y guerrear todos
los días, enfrentarse a la vida desde la mañana hasta la noche, pero cuando son
dos las cargas se comparten.”
El año de la detención
Ana Teresa
fue detenida junto a dos de sus compañeras la tarde del viernes 12 de noviembre
del 2002 por agentes del temible Departamento Administrativo de Seguridad,
(DAS) la policía, el ejército y la Fiscalía. Por alguna razón, las mujeres de
la AMI lo presentían, pues se sabían que durante el gobierno de la seguridad
democrática el modelo paramilitar se impondría igualmente en la ciudad una vez
se tomaran los barrios y comunas donde antes habían prosperado las milicias
populares, imponiendo el control social y territorial. Una vez se estableció
dicho dominio, se desató la criminalización contra las organizaciones sociales
y comunitarias.
Así recuerda
Lina María el traumático día de la detención. “Esa tarde yo tenía que ir a la
Casa Amiga pero llegué tarde, entonces llegaron a la casa de Marta y allá la
detuvieron. Ella me llamó y me contó. Ahí mismo yo me fui para la casa de ella
a ver qué pasaba. Entonces me dijeron que andaban buscando también a una Lina
María y me preguntaron mi nombre y empezaron a decirme que por qué estaba con
ellas, que si yo era de la Asociación y yo les dije que sí pero no les dije mi
nombre. Les pregunté el motivo de la detención y me dijeron que no las habían
detenido, sino que estaban retenidas, no detenidas, que aún no tenían orden de
captura. Pregunté bajo qué cargos y me dijeron que estaban señaladas de
guerrilleras.”
Este relato
es un lugar demasiado común en la historia reciente del país, tanto que casi ni
sentimientos de repudio, ni cuestionamiento, ni rechazo, ni indignación produce.
La gente en general está bastante anestesiada por el miedo paralizante, el
silencio soterrado y la indiferencia del sálvese quien pueda, de esa especie de
memoria exprés o amnesia prolongada que produce el terror.
Con voz
melancólica, Manuela Muñoz recuerda “cuando a nosotras nos detienen nos acusan
de los (crímenes) más grandes de Colombia, que son terrorismo, concierto para
delinquir y rebelión. Y nos buscaron porque en la Junta de Acción Comunal, a la
gente que le ganamos ese puesto, un señor Castañeda, lo buscan para que nos
señale a nosotras de todo esto. Nos iban a detener a todas, Yuliet Restrepo,
Marta Sánchez, Teresa Yarce y yo. Marta estaba en mi casa cuando llega un niño
camuflado (vestido con traje militar) como a las dos o tres de la tarde y
señala a Marta y dice: Vea, es ella, entonces yo dije: No, yo soy Marta
Sánchez, y el pelado: ¡no, es ella, es ella! Entonces a Marta se la llevan el
Ejército y la Policía… yo me voy detrás y dicen: faltan las otras dos, ¿Usted
es Manuela?, y yo les dije que sí. Entonces ellos dijeron que necesitaban a
Teresa y les dije, ¡yo se las llamo, pero hay un problema, nosotras no le
debemos nada a nadie! Entonces llamo a Teresa, ella baja y ahí nos llevan.”
Este es el
angustiante relato contado con lujo de detalles por una de las protagonistas de
aquel aterrador momento, donde el verdugo juega al gato y al ratón con sus
víctimas. “Nos atraviesan morro arriba y van diciendo: - Dígale a los primos
que ya vamos con ellas, entonces Marta voltea y me dice: -¿Cuáles primos? Y yo,
los paramilitares, porque así le dicen los soldados a ellos. Entonces Marta
empieza a llorar y va diciendo: ¡Nos van a matar! Pero antes de eso entra a la
casa y llama al Instituto Popular de Capacitación (IPC), y la llamada la ponen
en el altavoz en Bogotá, donde había una asamblea.”
El
escalofriante trance entre espera y pánico continúa en la Casa Orión donde son
conducidas. Allí son encerradas en un cuarto donde un encapuchado las
identifica. Les piden que firmen un documento en el que se habla de los buenos
tratos a que fueron sometidas. Se niegan a firmarlo por recomendación de Lina
María, quien las acompañó hasta el último minuto, salvándose que la llevaran
retenida porque no quiso decirles cómo se llamaba, ella era la cuarta “guerrillera”
que buscaban.
A Manuela no
hay quien la detenga en su relato a pesar del tiempo transcurrido. Lo que pasó
el día que se encontró de cerca con la muerte lo ha guardado celosamente en su
memoria y fluye sin parar como si lo estuviera viviendo en este momento. Hay un
tono angustioso en su voz, sus palabras van dibujando lo que sintieron ante la
presencia de la Parca de negro con la temible hoz: “Nos meten en una tanqueta y
nos dejan ahí; en algún momento me bajan a mi (y) me dicen que me puedo ir,
entonces digo que no voy a dejar a mis compañeras solas y Lina María estaba
conmigo. Entonces voy a buscar agua cuando veo que dos tipos me siguen,
entonces digo: No, lo que estos quieren es que yo me vaya para matarme quién
sabe dónde. Entonces me devuelvo y me quedo ahí discutiendo porque, a pesar de
que yo casi no hablaba, conocía mucho de la ley y no me iba a dejar involucrar
tan fácilmente en todas esas cosas. Llega el momento en que nos bajan y nos
dejan en la acera y al otro lado de la calle hay un carro blindado con los
vidrios opacos y no se veía quien había dentro. Entonces me dicen que mire para
allá y yo les digo que no me da la gana, que no voy a mirar para ningún lado. Y
ellos contestan: ¡que vieja tan grosera! Yo no miré, pero claro, allá había alguien
que nos estaba señalando. Luego nos entran para la Casa Orión y nos meten a una
pieza y un hombre nos dice cosas, le dice a Marta: Vos has mandado matar mucha
gente. A Teresa le dice: -Vos estás muy quemada. Y a mí ni me acuerdo qué me
dice, pero yo ni lo miraba, cuando de pronto nos entran para otra pieza y ahí
está un hombre encapuchado, ya no el niño sino un hombre, y le dice a Marta:
-Vos mandaste matar a mucha gente. A mí, que trabajaba con las FARC. A Teresa
yo no sé qué le dice. Luego llegan con un papel para que lo firmemos y Lina
María dice que no firmemos nada y ninguna firma el papel. Luego yo sentí que me
iba a morir cuando nos ponen esos números y nos toman fotos, y yo dije: -¿Qué
pasó acá?, si yo no le debo nada a nadie. Pero entonces empieza a llegar toda
mi familia a la Casa Orión y la familia de Marta que tenía carro y esta niña
(se refiere a su hija quien no la desampara mientras narra con detalles
minuciosos aquellos trágicos momentos) se estuvo ahí toda la noche.”
La detención
de las lideresas de la AMI empieza a complicarles las cosas a los verdugos. En
las instalaciones de la policía secreta F2 se niegan a recibirlas. Las trae el
ejército. El encargado de los calabozos le dice al militar, “no, yo no las voy
a recibir, esas mujeres no tienen orden de captura” Y éste le replica:
“¡recíbamelas, recíbamelas un rato!”. Hay un plan para desaparecerlas, pero el
tiempo juega a favor de ellas. Finalmente se las llevan a otro lugar.
“Luego
vuelven y nos sacan y nos montan a un carro y cuando eso pasa las familias de
nosotras se van detrás. Eran como las 10 de la noche. Entonces, cuando la
patrulla que nos llevaba ve que el carro los va siguiendo, se devuelven y nos
meten al calabozo. Hicieron tres intentos de sacarnos sin que nadie se diera
cuenta, a lo último ven que no pueden y que la cosa ya es en grande y ya están
llamando a Bogotá y a todas partes. Entonces ya no nos pueden desaparecer,
porque para eso era todo: para desaparecernos. Entonces ya nos reciben en el F2
y nos dejan en el calabozo.”
El día que
asesinaron a Ana Teresa
Después de
quedar en libertad, Ana Teresa y sus compañeras volvieron al barrio. Marta y
Lina tuvieron que irse de allí. Lina a partir de ese momento pasó a ser objeto
de persecución, acusaciones y amenazas. Las que se quedan en Las Independencias
retoman su trabajo y compromiso comunitario en un proyecto con EPM. Era un
proceso con jóvenes que habían hecho parte de las milicias izquierdistas que
luego de la toma militar de la Comuna 13 por el Estado y el paramilitarismo, se
pasaron a trabajar para ellos. Las cosas se agravan cuando algunos de éstos
jóvenes acusan a las lideresas de AMI de ser colaboradoras de las milicias. Ese
señalamiento fue como el dedo en el gatillo ya que puso en riesgo sus vidas. La
misma Policía las señalaba de guerrilleras. Ese fue el ambiente creado por los
asesinos, cuando dan la orden de matarlas.
La mañana que
asesinaron a Teresa, el miércoles 6 de octubre del 2004, su amiga Manuela
amaneció muy triste. “Yo estaba en el barrio y mis hijos y Teresa estaban
bajando la basura. Yo manejaba un depósito de materiales de un contrato que
nosotras teníamos. Entonces (voy) hasta donde está Teresa y me bajan el
desayuno. Yo estaba muy triste y no quería, entonces se lo doy a Teresa. Luego
empiezo a lavar el sitio donde recogieron toda la basura, el carro de la basura
se va y yo me quedo mucho rato lavando para que quedara muy limpiecito, luego
le entregan el desayuno a Teresa, ella se baja a desayunar y se sienta en la
acera.”
Aquel día la
taciturna fontanera tenía puestas botas de plástico, pantaloneta y una blusita
normal. Así vestía la mañana que un verdugo del Estado disparó contra la
nobleza de Ana Teresa, mientras encendía un cigarrillo sentada en una acera,
después de tomar el desayuno que la amiga triste de aquel día, le había
ofrecido.
“Yo me senté
con ella a hacerle compañía, para que desayunara, entonces llega la hija que
venía de donde el médico y nos ponemos a charlar. Yo empiezo a hacerle bromas y
le digo: - Ah, ésta tan pinchada. Estábamos ahí en esa conversación riendo,
ella sentada, detrás la hija parada y yo estaba diagonal. Termina ella de
desayunar y prende el cigarrillo. Cuando ella lo prende yo le hago una broma y
nos reímos, ahí mismo llega el individuo y dispara.”
Cloto se
había pasado hilando la vida de Ana Teresa durante 45 años, Láquesis
envolviéndola los últimos en Las Independencias, y Átropos, la encargada de
cortar el hilo de la vida, lo acababa de romper.
Con voz
afligida, continua Manuela: “Yo no le quito la mirada, yo no miro ni a Teresa,
ni lo miro a él, sino al revolver. Siento unos cuatro tiros y él me mira a mí,
porque aunque yo estoy sostenida casi detrás de un palo, él se choca con la
mirada mía y luego sale para abajo. Yo brinco, llamo a Teresa y la hija empieza
a gritar. Entonces mis dos hijos, que estaban trabajando en la obra, bajan,
paramos un taxi y aunque yo sé que ella ya está muerta, digo: - Aquí no la voy
a dejar! Entonces la montamos al carro y yo ya tengo ese sentimiento de dolor,
de miedo, de angustia. Se la llevan al Centro de Salud, cuando yo llego allá la
tienen por allá en una camilla, muerta, porque los tiros fueron totalmente en
la cabeza. ¿Sabe qué me impresionó a mi? (Mira y baja con delicadeza su cabeza)
Que ella no cae abruptamente, porque ella está sentadita, el hombre le da dos
tiros y ella se va doblando. O sea, esa fortaleza que yo le vi con la que
recibió esos impactos y no caerse de una. Esas dos cosas me quedaron marcadas:
que el individuo le dispara y me mira a mí y yo la miro a ella cuando se va
doblando lentamente.”
¿Habrá un final a la tragedia humana en
Medellín? ¿De quién depende?
Después de la
Operación Orión (16 y 17 octubre 2002), cuentan sus amigas, Ana Teresa salvó
muchas vidas. La de 14 jóvenes entre los 14 y 16 años que habían sido retenidos
por los paramilitares y amarrados los llevaban rumbo a la Escombrera. Sin
pensarlo dos veces buscó al ejército y subió con ellos y fue tal el escándalo y
la reacción y protesta que generó su intrépida acción en la comunidad, que los
verdugos los tuvieron que dejar libres.
El
paramilitar que los llevaba traía un bate amarrado con un alambre de púas, pero
la temeraria intervención de Ana Teresa la Fontanera los salvó de la
muerte...de la que no escaparía ella a sangre fría, ni dos de sus hijos años después.
Ana Teresa
gustaba mucho de jugar parqués, podía quedarse toda una noche sentaba jugando
ese juego de pacíficos contrincantes que tanta falta hace practicar en la vida
real en Colombia. También le jalaba al Tute, juego de cartas. Tenía una
tiendita y uno llegaba y la veía jugando con varios hombres, cuenta una de sus
amigas a quien la guerra le ha arrebatado un hijo y un nieto, como a Marta, a
quien recientemente se le llevaron otro.
Medellín, 14 de enero del 2017