ORIGEN DE LA
PALABRA “PUTA”
De diccionarios, acepciones, etimologías
e ideologías.
“Evidentemente
sin tapujos, dulcísimo Vario,
Yo diría:
“que me muera si no me ha perdido ya este puto”
Pero si las buenas formas prohíben realmente decirlo,
no diré: “me ha perdido ese muchacho”.
Pero si las buenas formas prohíben realmente decirlo,
no diré: “me ha perdido ese muchacho”.
Estos versos latinos, de finales del
siglo 1 a.C., serían uno de los primeros registros en donde puto, que era equivalente de jovencito, se asocia con la
prostitución.
De allí pasó a utilizarse en su forma
femenina.
En su página digital la Real Academia
Española (RAE) acerca del origen de la palabra puta tiene esta primera entrada: Quizá del lat. vulg.*puttus, var.
Del lat. putus ’niño’.
Es extraño que la RAE presente tan vaga
información sobre sus orígenes, cuando hay mucha documentación sobre esta
palabra.
En el Diccionario Crítico Etimológico
Castellano e Hispánico de Joan Corominas encontramos que procede de la palabra putta (muchacha),
femenino de putto (muchacho), efebos y efebas a los que ya en la
época romana se les asociaba con la prostitución.
En varias publicaciones y páginas
fiables de internet encontramos que “los filólogos clásicos, asocian la palabra
puta con el latín putta(muchacha, chicuela, especialmente “chica de la
calle”) que ya en latín se usó con el valor de prostituta, derivado, en
realidad de puto”.
En arte, putti es otra forma
de nombrar a los angelitos que son un ícono clásico, con que se adornan
cuadros, relieves, etc. que representan una escena con trasfondo erótico o
incluso religiosa en que se quiere demostrar de alguna manera el amor divino.
Pero volviendo a la Real Academia, ésta
institución guarda entre sus joyas la edición digitalizada del Tesoro de la Lengua Castellana o Española de Sebastián de
Covarrubias que cuando aparece en 1611 es el primer diccionario monolingüe del
castellano.
En una línea muy distinta, Covarrubias
dice que puta es: la ramera o ruin mujer. Casi podrida, que siempre está
caliente y con mal olor.
¿En qué contexto escribe Covarrubias su diccionario?
Para el 1600 Europa está transformándose,
en el lento pasaje del feudalismo al capitalismo.
Hay hambrunas, guerras, caídas de los
salarios y esto afecta mucho más a las mujeres.
Como sostiene Silvia Federici en su
libro Calibán y la Bruja.
Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (Buenos Aires, Tinta
Limón, 2010):
“A mediados del siglo XVI las mujeres
estaban recibiendo sólo un tercio del salario masculino reducido y ya no podían
mantenerse con el trabajo asalariado, ni en la agricultura ni en el sector
manufacturero, un hecho que indudablemente es responsable de la gigantesca
extensión de la prostitución en ese período”.
Además, la iglesia católica muestra a la
mujer como débil mental, proclive a hacer tratos con el diablo.
Comienza la caza de brujas, el ataque a
sus derechos reproductivos y a la introducción de nuevas leyes que sancionan la
subordinación de la esposa al marido en el ámbito familiar.
Se muestran dos tipos de mujer: a María
santa y buena, encerrada en el hogar y la perdida Eva, que peca y es expulsada
del paraíso.
El capitalismo avanza, con ello la
división de las clases sociales, y se acentúan estas tendencias: a las mujeres,
en general, le son cercenados sus derechos, pero es la mujer del burgués la que
puede quedarse en casa, cuidando a los hijos si quiere preservar su honor
porque es la esposa del que posee los bienes y los medios de producción.
En cambio, la obrera y la campesina son
humilladas, castigadas y empujadas a ser una mercadería más que el burgués
compra, en la hacienda, en el taller, en la fábrica y también en el prostíbulo.
Con hipocresía, la prostitución es
condenada moralmente pero no eliminada. Porque para que el buen burgués no
deshonre a su santa esposa, los peores pecados los comete con la puta del
prostíbulo, y el prostíbulo no está en pleno centro de la ciudad… pero tampoco
está tan lejos, cosa de que el señor llegue enseguida, cuando lo necesite.
Entonces el mundo público es para los
hombres y las mujeres se vuelven parte del mundo privado. Y las únicas públicas
son las putas. Pero estamos hablando del siglo XVII, hoy es distinto…
Vuelvo a la página digital de RAE, y
encuentro ejemplos de los usos de la palabra puta: “casa de putas” y su
sinónimo “casa de lenocinio”. ¿Y qué es eso?: casa de mujeres públicas, dice el
diccionario. ¡Igualito que en siglo XVII!
Y cuántas veces escuchamos: se viste como una puta, anda hecha una puta,
tiene cara de puta, etc. Cuando se dicen frases como ésas se está
diciendo lo mismo que dijo la iglesia para justificar la quema de mujeres en la
hoguera, para quitarle, por ejemplo, el derecho a ejercer la medicina, el
derecho a decidir cuándo tener hijos o no tenerlos, el derecho al libre goce de
su cuerpo.
Cuando se dice eso, se justifica que por
la ropa que lleva puesta la mujer puede ser violada. O que merece ser corregida
y se justifica la violencia sobre ella.
Cuando se dice eso, se está reforzando
la idea de que la mujer es menos que el varón, que es una cualquiera a la que el patrón le
puede pagar menos dinero por la misma tarea.
Un Don juan es un tipo lindo, pero Doña Juana es la mujer que
limpia; el hombre atrevido es
valiente, pero las mujeres atrevidas somos
maleducadas, unas putas;
un tipo rápido es un
tipo inteligente pero una mujer rápida es
una puta.
Si invitamos a alguien a salir
somos atorrantas: putas;
si tomamos las calles para reclamar por nuestros derechos o simplemente salimos
a divertirnos somos callejeras:
putas, si tenemos mucha experiencia en la vida, somos mujeres de la vida: putas.
El hombre público es el que actúa en los ámbitos sociales y políticos, la mujer pública es la que ejerce la prostitución.
Al hombre no se lo juzga por su ropa,
por sus encuentros sexuales, por su cara -que viene a ser “por sus intenciones
o actitudes”-.
Porque va de suyo que todo: su cuerpo y
el mundo le pertenecen, aunque a esta altura vale preguntarse: ¿a qué hombres
le pertenece el mundo? A todos, no.
Y las que opinamos, las que reclamamos
por nuestros derechos, las que gozamos nuestra sexualidad como se nos canta… y
tomamos a las calles y arrancamos de la cárcel a mujeres como Belén somos
las putas.
Porque, en definitiva, todo lo que se
sale de la norma establecida, es catalogado de la misma manera para
denigrarnos.
A esta altura, voy a coincidir con
Covarrubias en eso de que estamos podridas,
pero no por nuestros “deseos carnales” sino por nuestra situación.
¡Muchas estamos podridas, hartas de
aguantar al machismo y al sistema al que ese machismo les viene como anillo al
dedo para ganar cada vez más!
¡Estamos podridas, hartas de las
instituciones que, como la Real Academia Española, reproducen los valores y
prejuicios patriarcales!
Así que, si queremos empezar a
transformar las cosas, empecemos por no repetir como un eco las palabras de los
que nos humillan y nos castigan.
Que, si hay algo que huele mal,
definitivamente, no somos nosotras.
Nora Buich
Docente y escritora
(Valencia)